El molesto trabajo de aplaudir

En concepto de esa comunión con los desbocados hinchas, Neymar se embolsa por temporada 375.000 euros.
Termina un partido cualquiera en el Parque de los Príncipes y Neymar sabe que las cámaras le persiguen. Si es Ligue 1 el PSG habrá goleado, si es Champions el resultado puede que haya sido diferente. Sin embargo, pase lo que pase, el desenlace acaba siendo el mismo. El culto no cambia. Neymar se quita la camiseta, se la cuelga del calzón, baja la cabeza, mira al infinito y reza un poco al cielo. Con el ritual místico cumplido, llega el momento de acercarse a la grada, con gesto displicente y grave. Y es así cuando sucede, sin que emane sonido alguno, con las palmas de las manos amortiguadas, la estrella brasileña aplaude a su afición.
En concepto de esa comunión con los desbocados hinchas, Neymar se embolsa por temporada 375.000 euros. Eso es. Un pellizco más en su jugoso contrato. Solo tiene que pasear desde el centro del campo a la grada y aplaudir a los suyos. No llega a un minuto. Pero ese intercambio de roles, también está estipulado en el contrato del brasileño.
Que quede comercializada la camaradería con tus propios aficionados es la metáfora más gráfica de este fútbol 2.0 que todo lo pone en el escaparate con una etiqueta con precio. Que el aplaudido se convierta en aplaudidor es un gesto ciertamente rupturista que merece ser compensado económicamente. Ese homenaje fugaz al hincha, al que compra las camisetas y el merchandising, se abona a la tele por cable, compra las entradas para dejarse la garganta, también vale dinero. O así ya lo ven los clubs.
No hay que olvidar que las estrellas del fútbol ya no son deportistas al uso, sino voraces multinacionales, un holding extenso que comercializa el viejo mito del héroe. En esta época de tasación sin fin, el fútbol ya es como el cerdo, del que todo se aprovecha, desde las repeticiones de los goles hasta los cortes de pelo de los mediapuntas.
Es una tendencia imparable. Va cristalizando el fútbol neoliberal, demostrando así que el hermoso teatro del balón siempre representa su época y sus coordenadas mejor que cualquier otra expresión. De ahí su éxito. Y esta es la época de la desmesura comercial.
El PSG, con un estado detrás, está llevando al límite este exceso en el márketing: sin ir más lejos, el club parisino luce al lado del escudo el logo de Air Jordan, generando un discurso confuso, donde el deporte se va desdibujando y el fervor del negocio modela la expresión deportiva y el puro interés por la historia de un campeonato.
Habrá que tener cuidado con esta deriva, porque el fútbol nació como un pasatiempo donde mineros veían a mineros, y luego hablaban de la vida y la evasión. Cambia el tiempo, claro, y el fútbol, la industria del fútbol -como se dice ahora- es ante todo show-business. Se puede entender la evolución, porque es la evolución de todo, pero hay que tener reflejos y tacto, no sea que el ansia y la desproporción acaben por vaciar los estadios. Y entonces Neymar, y las demás estrellas, jugarán en un campo vacío, cubiertos de marca comerciales, y no tendrán quien los aplauda. Ni tendrán a quien a aplaudir.