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Uruguayo, leyenda

Uruguayo, leyenda

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Difícil olvidar la noche que tuve la suerte de conocerle. Acababa de ganar la Copa del Rey hacía unas horas, había roto la maldición de 14 años sin ganar al Madrid y había sido clave para que los atléticos festejasen con locura, hasta bien entrada la noche, cerca de Neptuno. Gabi estaba explicándome, con dos tenedores y dos saleros – sí, la noche en la que tenía que celebrar y prefería hablarme de fútbol puro y duro, porque así es este señor-, cómo habían previsto las marcas para que Cristiano no se sintiera cómodo con espacios y tampoco en estático. A su lado, Diego Roberto Godín Leal, que no perdía ojo de la escena, asentía con la cabeza y después de la improvisada lección táctica de mesa y mantel, rasgó el silencio: “Luego está la gente. Me alegro por la gente. Incluso por haber hecho felices a algunos que antes no me querían y ahora se dan cuenta que somos un gran equipo”. Me giré, le estreché la mano, le escuché. Tenía bastante que decir. Había dolor en aquellas palabras por las críticas sufridas. Y grandeza para perdonar, olvidar y sentirse feliz por conquistar, por fin, el cariño de la grada. Aquella noche me crucé con un tipo que se había sentido mal tratado y que, lejos de querer cobrarse facturas atrasadas, quería explicar que se sentía liberado, feliz, porque había encontrado su lugar en el equipo y en el club. Un curso después llegaría su gol cósmico en el Camp Nou. También su tanto en la noche estrellada de Lisboa. Y durante todos estos años, todos esos cruces espectaculares, esos cabezazos brutales, ese liderazgo canchero y esa capacidad para ser un icono del cholismo en estado puro: sudor y camiseta, pertenencia y grupo. Uruguayo. Leyenda.

No ha habido jugada, minuto, partido o temporada en la que Diego Godín, “El Faraón”, no se haya empleado a fondo con la camiseta del Atlético, con las cualidades que adornan a uno de los mejores centrales de la historia del fútbol: lejos de ser un virtuoso con la pelota, Godín siempre se mostró como un prodigio de garra, de colocación, de jerarquía y de conocer los secretos del artesanal oficio de ser defensa. Contundente, fiero y con un ascendente bestial en el vestuario, se dejó la piel en cada envite. Mariscal de campo de la guardia pretoriana del Cholo, bombero de emergencia en cualquier incendio y superviviente nato ante cualquier asedio enemigo, Godín personifica todas aquellas cualidades de los mejores defensas que uno haya visto jamás. En la marca, un perro de presa. En la táctica, un general acorralado. Si había que jugar, jugaba. Si había que pegar, pegaba. Si había que ir a la guerra, se iba. Si había que sacar el orgullo, se sacaba. Si tenía que salir de la cueva, valentía y cabeza arriba. Y si había que meter la cabeza donde otros retiraban el pie, se ponía el primero de la fila. Su fuerza, la del líder del grupo. La del líder natural. La del tipo que, cuando hablaba, todos callaban. La del hombre que, en las buenas y las malas, daba el corazón. Uruguayo. Leyenda.

Tímido fuera del campo y volcánico dentro de él, Diego Godín ha sido uno de esos tipos que jamás se preguntó qué podía hacer el Atleti por él, sino que siempre prefirió cuestionarse qué podía hacer él por el Atleti. Si estaba cojo, se iba de delantero centro y marcaba. Si estaba lesionado, se infiltraba y jugaba estando tieso. Si el equipo ganaba, era humilde. Y si el equipo perdía, mostraba orgullo. Radiografía perfecta del cholismo, eje de un equipo más duro que los clavos de un ataúd, Godín fue todo aquello que pedía Simeone: “A morir, los míos mueren”. Y Diego, dispuesto a morir en cada partido, moría y renacía las veces que hicieran falta. Por ese escudo supo sufrir, sangrar, festejar y llorar. Por esa camiseta le rompieron los dientes, se abrió la ceja, le quebraron la nariz y no le quedó un hueso sano. En realidad, Godín es la perfecta iconografía del himno del Atleti. Durante todos estos años, a las órdenes de Simeone se ha dedicado a demostrarle al público que luchan como hermanos, defendiendo sus colores, en un juego noble y sano, derrochando coraje y corazón. La historia inolvidable de Godín con la camiseta del Atleti ha sido preciosa: la del tipo que jamás se queja, que nunca retrocede, que siempre va al frente y que merece todo lo bueno que le pase. El Atleti ha sido su familia, su casa y hasta su manera de vivir. No nació del Atleti, pero no dejará de ser parte de su escudo jamás. Uruguayo. Leyenda. Eterno.

Rubén Uría

Uruguayo, leyenda

Difícil olvidar la noche que tuve la suerte de conocerle. Acababa de ganar la Copa del Rey hacía unas horas, había roto la maldición de 14 años sin ganar al Madrid y había sido clave para que los atléticos festejasen con locura, hasta bien entrada la noche, cerca de Neptuno. Gabi estaba explicándome, con dos tenedores y dos saleros – sí, la noche en la que tenía que celebrar y prefería hablarme de fútbol puro y duro, porque así es este señor-, cómo habían previsto las marcas para que Cristiano no se sintiera cómodo con espacios y tampoco en estático. A su lado, Diego Roberto Godín Leal, que no perdía ojo de la escena, asentía con la cabeza y después de la improvisada lección táctica de mesa y mantel, rasgó el silencio: “Luego está la gente. Me alegro por la gente. Incluso por haber hecho felices a algunos que antes no me querían y ahora se dan cuenta que somos un gran equipo”. Me giré, le estreché la mano, le escuché. Tenía bastante que decir. Había dolor en aquellas palabras por las críticas sufridas. Y grandeza para perdonar, olvidar y sentirse feliz por conquistar, por fin, el cariño de la grada. Aquella noche me crucé con un tipo que se había sentido mal tratado y que, lejos de querer cobrarse facturas atrasadas, quería explicar que se sentía liberado, feliz, porque había encontrado su lugar en el equipo y en el club. Un curso después llegaría su gol cósmico en el Camp Nou. También su tanto en la noche estrellada de Lisboa. Y durante todos estos años, todos esos cruces espectaculares, esos cabezazos brutales, ese liderazgo canchero y esa capacidad para ser un icono del cholismo en estado puro: sudor y camiseta, pertenencia y grupo. Uruguayo. Leyenda.

No ha habido jugada, minuto, partido o temporada en la que Diego Godín, “El Faraón”, no se haya empleado a fondo con la camiseta del Atlético, con las cualidades que adornan a uno de los mejores centrales de la historia del fútbol: lejos de ser un virtuoso con la pelota, Godín siempre se mostró como un prodigio de garra, de colocación, de jerarquía y de conocer los secretos del artesanal oficio de ser defensa. Contundente, fiero y con un ascendente bestial en el vestuario, se dejó la piel en cada envite. Mariscal de campo de la guardia pretoriana del Cholo, bombero de emergencia en cualquier incendio y superviviente nato ante cualquier asedio enemigo, Godín personifica todas aquellas cualidades de los mejores defensas que uno haya visto jamás. En la marca, un perro de presa. En la táctica, un general acorralado. Si había que jugar, jugaba. Si había que pegar, pegaba. Si había que ir a la guerra, se iba. Si había que sacar el orgullo, se sacaba. Si tenía que salir de la cueva, valentía y cabeza arriba. Y si había que meter la cabeza donde otros retiraban el pie, se ponía el primero de la fila. Su fuerza, la del líder del grupo. La del líder natural. La del tipo que, cuando hablaba, todos callaban. La del hombre que, en las buenas y las malas, daba el corazón. Uruguayo. Leyenda.

Tímido fuera del campo y volcánico dentro de él, Diego Godín ha sido uno de esos tipos que jamás se preguntó qué podía hacer el Atleti por él, sino que siempre prefirió cuestionarse qué podía hacer él por el Atleti. Si estaba cojo, se iba de delantero centro y marcaba. Si estaba lesionado, se infiltraba y jugaba estando tieso. Si el equipo ganaba, era humilde. Y si el equipo perdía, mostraba orgullo. Radiografía perfecta del cholismo, eje de un equipo más duro que los clavos de un ataúd, Godín fue todo aquello que pedía Simeone: “A morir, los míos mueren”. Y Diego, dispuesto a morir en cada partido, moría y renacía las veces que hicieran falta. Por ese escudo supo sufrir, sangrar, festejar y llorar. Por esa camiseta le rompieron los dientes, se abrió la ceja, le quebraron la nariz y no le quedó un hueso sano. En realidad, Godín es la perfecta iconografía del himno del Atleti. Durante todos estos años, a las órdenes de Simeone se ha dedicado a demostrarle al público que luchan como hermanos, defendiendo sus colores, en un juego noble y sano, derrochando coraje y corazón. La historia inolvidable de Godín con la camiseta del Atleti ha sido preciosa: la del tipo que jamás se queja, que nunca retrocede, que siempre va al frente y que merece todo lo bueno que le pase. El Atleti ha sido su familia, su casa y hasta su manera de vivir. No nació del Atleti, pero no dejará de ser parte de su escudo jamás. Uruguayo. Leyenda. Eterno.

Rubén Uría

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